MADRID // Cuando un niño de corta edad severamente desnutrido contrae malaria,
sus posibilidades de batir al parásito que cada año causa más de
600.000 muertes en el mundo se reducen en demasiadas ocasiones a esperar
un milagro. Y ello pese a que ambas enfermedades tienen tratamiento y
que éste ni siquiera es costoso. Sin embargo, esta pandemia sigue
relegada a un segundo plano por ser una enfermedad de pobres, cuya
guadaña se ceba además con los más vulnerables: el 77% de las 627.000
personas que fallecieron en todo el mundo en 2012 a causa del paludismo
tenían menos de cinco años.
En 2012, la organización médico- humanitaria Médicos sin Fronteras (MSF) se enfrentó con una situación dramática en Níger, el país que ocupa el último puesto, el 186, en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU. La
mortalidad asociada a malaria en ese país, en muchos casos de la mano
de la parca del hambre, en menores de cinco años “había triplicado lo
que se considera el nivel de emergencia”, explica Cristian Casademont,
responsable médico de MSF para la región. Sólo en el hospital del
distrito de Madaoua, donde MSF España gestiona las salas de pediatría y
desnutrición, 17.306 niños con desnutrición aguda severa tuvieron que
ser ingresados. El 57% tenía malaria.
Alarmados ante los estragos que la enfermedad estaba causando, MSF llevó
a cabo una encuesta de mortalidad que arrojó resultados desoladores:
sólo en los distritos de Madaoua y Bouza, la tasa de mortalidad de niños
menores de cinco años había sido diariamente de siete fallecimientos
por cada 10.000 pequeños: el 60,7% de ellos perecieron a causa de la
malaria.
Ante esta tragedia, este año la organización internacional decidió
abordar la prevención de la pandemia con un enfoque nuevo: la llamada
quimioprevención de la malaria estacional, una estrategia recomendada
por laOrganización Mundial de la Salud (OMS) que MSF ya había aplicado con éxito en Chad y Mali el año anterior, y cuyos resultados habían sido alentadores.
El tratamiento, dirigido a niños de entre tres meses y cinco años de
edad, consiste en administrar tres dosis de medicamentos antimaláricos
al mes (amodiaquina y sulfadoxina/pirimetamina)
durante los cuatro meses que dura la estación de lluvias, de junio a
octubre, el periodo de mayor incidencia de esta enfermedad que transmite
el mosquito Anopheles, que coincide con la época en la que escasean los
alimentos. Una combinación de factores que cataliza el círculo vicioso
que provoca que los niños desnutridos sean más vulnerables a la
enfermedad que, a su vez, les debilita y les conduce a perder el
apetito.
El fruto de este nuevo abordaje -cuyo fin es inmunizar al niño durante
la estación en la que la malaria se abate sobre Níger- es esperanzador.
El responsable médico para el país de MSF asegura que “los resultados
preliminares de esta estrategia indica una reducción del 70% de casos de malaria”
en la población beneficiaria de la región de Tahoua. En el caso del
área cubierta por la sección española de la ONG, esta población iba a
ser inicialmente de 50.000 niños y terminó siendo de 80.000 (el conjunto
de las secciones de MSF ha tratado este año a 350.000 niños en todo el
país africano).
Casademont explica este “éxito” por el “efecto llamada”: “Había madres
cuyos hijos se habían beneficiado del tratamiento y que se lo contaba a
otras, que venían incluso de zonas alejadas para que sus hijos
accedieran a él”.
Madres comprometidas
La colaboración de las madres ha sido fundamental, recalca Casademont, y
ha obtenido un nivel de “adherencia” (continuidad en administrar el
tratamiento) del 98%. El papel de estas mujeres, casi siempre pobres,
muchas veces analfabetas y madres de familia numerosa, pues tienen tasas
de natalidad de entre las más altas del mundo (7,6
hijos por mujer), ha sido vital pues la medicación se distribuye en un
blister con cuatro pastillas, y sólo las dos primeras las administran
los sanitarios de MSF el primer día. Los otros dos comprimidos se los
debe suministrar la madre al niño en los dos días siguientes.
“Es un medicamento que sabe muy mal y hay que hacer que los niños lo
ingieran. Las madres lo machacan con un poco de agua, añaden azúcar y se
lo dan diluido con una cucharilla”, explica el responsable médico, que
precisa que la organización prevé destinar “entre 3.000 y 5.000 euros”
en 2014 para proporcionar a estas madres, que carecen de casi todo, el
azúcar para endulzar las pastillas.
Otro de los ejes del éxito de este nuevo enfoque, recalca Casademont,
especialista en medicina tropical, ha sido la puesta en marcha de un
“complicado” sistema de sensibilización, basado en el envío de agentes
comunitarios (casi 2.000 en esta campaña) que se desplazaban a las
aldeas para explicar el tratamiento y luego acudían a los hogares para
distribuir el medicamento. De esta manera se evitaba que la madre
perdiera una jornada de trabajo, un inconveniente que disuadía a muchas
de ellas de desplazarse al centro de salud o hospital local, a veces muy
distante.
Sin embargo, como advierte Anja Wolz, coordinadora médica de MSF en
Níger, estos resultados alentadores no deben “hacernos caer en la
tentación de pensar que ya está todo hecho. La quimioprevención
estacional nos permite reducir la tasa de mortalidad y el número de
casos de malaria (…). Sin embargo, la prioridad debe ser seguir
aumentando el suministro de mosquiteras e insecticidas, así como el
diagnóstico y tratamiento de los casos de malaria”. Con respecto al
tratamiento preventivo, el objetivo de MSF para 2014 es ampliar la
población beneficiaria de este enfoque novedoso y asociar aún más al
ministerio de Sanidad nigerino en su aplicación.
Ni un euro español para la malaria
La mayor parte de los programas internacionales de lucha contra la malaria se financian con cargo al Fondo Mundial de Lucha contra el vih/sida, la tuberculosis y la malaria,
estrechamente vinculado con la ONU, aunque tiene personalidad jurídica
propia. España, que llegó a ser uno de los principales donantes de este
organismo, con 200 millones de euros comprometidos para 2010 (de los que
sólo aportó la mitad), lleva desde 2011 sin destinar ni un solo euro a
luchar contra esas tres pandemias.
En diciembre de 2012, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel
García Margallo, se comprometió a que España reanudaría sus aportaciones
y entregaría diez millones de euros al Fondo Mundial. La institución
aún sigue esperando y a día de hoy todo sigue igual.